Tomado de un sermón del Padre Rodríguez (12 de diciembre del 2016)
Era el día 9 de diciembre, 1531, muy de madrugada. Juan Diego venía en pos del culto divino y de sus mandados a Tlatilolco. Al llegar junto al cerrillo llamado Tepeyácac, amanecía y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto de varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitoso, sobrepasaba al del coyoltótotl y del tzinizcan y de otros pájaros lindos que cantan.
Se paró Juan Diego a ver y dijo para sí: «¿Por ventura soy digno de lo que oigo?, ¿quizás sueño? ¿dónde estoy?, ¿acaso ya en el cielo?» Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo de donde procedía el precioso canto celestial y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decían: «Juanito, Juan Dieguito.»
Luego se atrevió a ir a donde le llamaban; no se sobresaltó un punto, al contrario, muy contento, fue subiendo al cerrillo, a ver de dónde le llamaban. Cuando llegó a la cumbre vió a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara.
Llegado a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; el risco en que posaba su planta flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de piedras preciosas, y relumbraba la tierra como el arco iris. Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar parecían de esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro. Se inclinó delante de ella y se oyó su palabra muy suave y cortés, cual de quien atrae y estima mucho. Ella le dijo: «Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?» El respondió: “Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir las cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de nuestro Señor.»
Ella luego le habló y le descubrió su santa voluntad. Le dijo:
«Sabe y ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; oír allí sus lamentos y remediar todas sus miserias, penas y dolores.
Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado y lo que has oído.
Ten por seguro que te lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato, hijo mío el mas pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo.»
Juan Diego se inclinó delante de ella y le contestó: «Señora mía, ya voy a cumplir tu mandado; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo.» Luego bajó, para ir a hacer su mandado; y salió a la calzada que viene en línea recta a México.
Podemos señalar cinco elementos constitutivos de la verdadera Devoción a María: [1] la veneración; [2] el amor; [3] la gratitud; [4] la invocación y [5] la imitación de las excelsas virtudes de María. Estos actos corresponden a las verdades más fundamentales que nos ha revelado Dios respecto a María.
- María es Madre de Dios, por eso le tributamos una veneración singular.
- María es nuestra Madre amantísima, por eso le ofrecemos un amor intensísimo.
- María es Corredentora, por eso le ofrecemos una gratitud profunda.
- María es la Dispensadora universal de todas las gracias, por eso la invocamos con toda confianza.
- María es Modelo sublime de todas las virtudes, por eso nos esforzamos en im
[La Devoción a María, Royo Marín, pp. 26-27]
El día 12 de diciembre, 1531, la piadosísima Virgen le dijo a Juan Diego:
«Oye y ten entendido hijo mío el mas pequeño, que es nada lo que te asusta y aflije; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?, ¿No estás bajo mi sombra?, ¿No soy yo tu salud?, ¿No estás por ventura en mi regazo?, ¿Qué mas has menester?. No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella; está seguro de que ya sanó.»
Y entonces La Virgen sanó su tío, según después se supo. Cuando Juan Diego oyó estas palabras de la Señora del Cielo se consoló mucho; quedó contento. Le rogó que cuanto antes le despachara a ver al señor Obispo, a llevarle guna señal y prueba, a fin de que le creyera.
« Juanito, el más pequeño de mis hijos...»
Nuestra Señora arregla las Rosas Castellanas
La Virgen cura a Bernardino, el tío de Juan Diego
Juan Diego mostrando la tilma al Obispoo Zumárraga
La tilma milagrosa en la Basílica Nueva en Tepeyac
La Basílica Antigua, llena de belleza e historia