¡Oh Santísima Madre de Dios y clementísima Virgen del Rosario!
Vos que plantasteis en la Iglesia,
por medio de vuestro privilegiado hijo, San Domingo,
el místico árbol del Santo Rosario,
haced que abracemos todos su santa devoción y gocemos su verdadero espíritu;
de suerte que aquellas místicas rosas sean en nuestros labios y corazón,
por los pecadores medicina, y por los justos aumento de gracia.
¡Oh María, dulce refugio y consuelo piadoso de todos los afligidos!
Por aquella confianza y autoridad de Madre con que podéis presentar nuestros ruegos
al que es árbitro soberano de nuestro bien
empeñad una y otra en favor nuestro.
Conseguidnos el reformar nuestras vidas con el Santo Rosario,
estudiando en tan dulce libro la fiel imitación de vuestro Hijo Jesús,
hasta que podamos adorarlo y amarlo con vos por todos los siglos de los siglos. Amén.