¡Oh, Virgen dolorosa, Reina de los mártires! Por los méritos de
tus dolores te pido que me alcances verdadero dolor de mis
pecados, enmienda completa en las costumbres, y continua y
afectuosa compasión de las penas de mi Señor Jesucristo y
de las tuyas. Y, pues, que ambos, siendo inocentes, padecieron
tanto por mí, alcancenme que yo, reo de muerte eterna, sufra
también algo por tu amor. Finalmente, Madre mía, por aquella
congoja que sintió tu amoroso pecho al ver a tu Hijo inclinar la
cabeza y expirar en el madero de la Cruz, te pido me obtengas
la gracia de una buena muerte. En aquella hora de combate y
agonía que ha de llegar, en aquel paso para la eternidad, no
dejes de asistirme, joh, abogada de pecadores! Y como entonces
será fácil que pierda el habla y no pueda invocar tu santísimo
nombre y el de Jesús, a ambos esperanza mía, desde ahora, los
invoco y llamo, pidiendo humildemente que me socorran en trance
tan amargo, para lo cual, al presente digo y diré mil veces: Jesús y
María, en tus manos santísimas encomiendo mi espíritu. Amén.